Sobresaliente en informática, suspenso en chantaje

Está claro. No se puede ser bueno en todo.
La Brigada de Investigación Tecnológica (BIT) de la Policía detuvo hace unos días a un asturiano de 16 años que llevaba ya tres años escudriñando en la red cómo burlar las medidas de seguridad de empresas, bancos y organismos oficiales. Y no le iba mal, a la vista de que no le habían descubierto pese a que ya podía presumir ante otros ‘ciberfisgones’ de haber dejado en ridículo a más de un sistema de seguridad.

Sin embargo, su error fue querer ir más allá y pasar de ser un ‘hacker’ a ser un ‘cracker’. Es decir, pretendía dejar a un lado ese juego no tan inocente de usar los conocimientos informáticos sólo para demostrar la vulnerabilidad de los sistemas de seguridad en la red,  para cruzar la sutil frontera que dibuja la ley y conseguir un beneficio económico a tantas horas en el ciberespacio. El muchacho se había animado a chantajear a las empresas a las que, gracias a su ordenador, había robado sus bases de datos. Y, la verdad, si en informática se merecía un sobresaliente, en esto de la extorsión estaba a años luz de aprobado.

De hecho, en los tres intentos de extorsión a los que se animó, consiguió beneficios escasos. A una de las empresas, un banco extranjero, le mandó varios correos electrónicos anunciándole que tenía sus datos y que, si no le pagaban, podía hacerlos públicos. Los responsables de la entidad financiera debieron bostezar y mandar los mensajes a la papelera, porque no le hicieron ni caso. Con la segunda empresa tuvo más suerte y sus amenazas surtieron efecto y accedieron a entregarle lo que pedía: un teléfono móvil de última generación. Debieron pensar que les costaba menos acceder a la carta a los Reyes Magos de su extorsionador que ir a la comisaría y denunciar.

Y con la tercera se estrelló. Era una empresa de informática a la que exigió por email un dinerillo por no revelar los DNI, contraseñas y otros datos que había arrebatado de más de 250.000 clientes, empleados, colaboradores y distribuidores de la compañía. ¿Que cuánto pedía? No mucho, la verdad. Sólo 2.500 euros. Pese a las modestas aspiraciones económicas del joven ‘cracker’, los directivos de la empresa decidieron acudir a la Policía y denunciar la extorsión.

Días después, los agentes de la BIT se personaban en la casa del joven en Asturias y lo detenían. Éste, que en eso de descubrir los agujeros de seguridad en internet era un hacha, a la hora de delinquir había dejado un rastro mucho más evidente que Pulgarcito con sus migas de pan. De hecho, pretendía que la empresa le pagase el rescate de los datos a través del sistema PayPal, lo que le obligó a abrir una cuenta de correo electrónico. A través de ésta y de la otra que utilizaba para enviar los mensajes amenazantes, la Policía localizó la dirección IP desde la que había realizado todas las conexiones. Ya sólo tuvieron que identificar ésta, que estaba nombre de la madre, ir al domicilio donde estaba registrada y detenerlo.

Cuando los especialistas policiales revisaron los dos ordenadores del muchacho, descubrieron que éste le había cogido el gustillo a eso de sacar un beneficio económico, aunque fuera ilegal, a sus conocimientos informáticos. De  hecho, ya había conseguido arrebatar a un banco mejicano los datos y números de 30.000 tarjetas de crédito. Los agentes están convencidos es de que si no había empezado a utilizarlos para realizar adquisiciones en la red era porque no había conseguido el código de seguridad de tres números que llevan todas los medios de pago electrónico para hacer compras en internet. Claro que, eso, con sus conocimientos informáticos, era cuestión de tiempo. Eso sí, en lo de delinquir aún le quedaba mucho por aprender.

Fuente

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