Silk Road : un descenso a los infiernos de internet donde se encuentra la web mas ilegal de todas

Sepultada en las profundidades de internet existe una enigmática web secreta llamada Silk Road —Ruta de la seda, en inglés— en la que se compra y vende con toda libertad cualquier cosa que cumpla una sencilla condición: que sea muy, muy ilegal. Drogas, armas o identidades falsas, por ejemplo. Y en algunas versiones del mito hasta pornografía para todas las inclinaciones o los servicios de ladrones y sicarios, porque en esta zona franca de internet nos amparan los arcanos de la Deep Web y no hay nadie mirando. A Silk Road no llega la autoridad, ni moral ni de la otra. Está blindada y además la policía no se asoma por las latitudes abisales de la red. Están excavadas a demasiada profundidad.

Al principio muchos dijeron que Silk Road era un hoax más de los que se propagan por internet y con razón, porque suena demasiado romántico para ser verdad. Demasiado a folclore conspiranoico del que hace correr ríos de bits y demasiado a Eyes Wide Shut cuando Tom Cruise descubre la contraseña «Fidelio» e ingresa en aquella sociedad secreta de gente tan chunga y enmascarada. Eso cambió hace unos meses, sin embargo, cuando los agentes del FBI echaron abajo la puerta de una pequeña casa en las afueras de Salt Lake City y detuvieron a su morador, un joven abuelo de cuarenta y siete años sin oficio conocido que vivía honradamente con su familia y ejercía como voluntario en una asociación que ayuda a niños con dificultades en el aprendizaje. De los que siempre saludaban en la escalera, para que usted me entienda.

El FBI actuó para proteger su vida porque alguien había comprado su muerte a través de Silk Road, pero sobre todo para procesarlo, ya que Curtis Clark Green también formaba parte de la jerarquía del gran bazar de droga online. De hecho trabajaba directamente para el misterioso caudillo de la web, alguien que se hace llamar Dread Pirate Roberts, que por cierto era quien quería asesinarle. Curtis Green, alias Chronic Pain, está hoy a salvo en la cárcel y a la espera de su propio juicio por narcotráfico, aunque no reconoce más que su asociación profesional con la web y asegura que no conoce personalmente a Roberts. La operación policial se llamó «Marco Polo» y se saldó con el cierre fulminante de Silk Road el octubre pasado, aunque los bajos fondos de internet han vuelto a abrir. O, de nuevo, eso dice la leyenda.

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El bloqueo del FBI sobre Silk Road en octubre de 2013. Fotografía: David Colbran / Demotix / Cordon-Press.

Una aclaración para usted, gran capo de la droga que lee Jot Down con fruición porque tiene inquietudes culturales y está ahora mismo flipando en colorines con la posibilidad de expandir negocio: no se canse buscando Silk Road en Google, porque no lo encontrará. La puerta principal de este gran foco de chanchulleo es «http://silkroad6ownowfk.onion», pero comprenderá que la cosa no es tan fácil como abrir su Internet Explorer lleno de emoticonos, escribir eso en su barra del Ask primorosamente autoinstalada y ponerse a vender droga. Para empezar porque este eBay de lo ilegal, como también se lo denomina, está en la Deep Web o el internet profundo. El concepto le sonará de haber oído que esta parte sumergida de la red, que los buscadores no indexan y al que no se puede acceder desde los navegadores convencionales, representa el 96% del total de la web. Es algo en lo que insiste mucho el tipo de gente que hace doble clic en los enlaces, por ejemplo.

En realidad no se sabe a ciencia cierta cuánto ocupa hoy el internet profundo ni en qué proporción se reparte con el superficial que conocemos usted y yo. En 2001 un estudio de la University of California Berkeley determinó que el internet superficial era, en efecto, solo la punta del iceberg de toda la world wide web: pesaba ciento sesenta y siete terabytes y el profundo siete mil quinientos o siete petabytes y medio, recurriendo a la unidad de medida con el mejor nombre del mundo. En los últimos trece años, sin embargo, los volúmenes de ambos se han disparado pero lo han hecho de forma muy desigual. El internet superficial mueve cada día océanos enteros de datos hacia y desde redes sociales, blogs, portales de vídeo y telefonía, por citar solo cuatro volúmenes que en 2001 representaban una proporción ínfima. Y durante todo este tiempo el lado oscuro de internet ha crecido, sí, pero no tanto. De hecho, sigue presentando un aspecto visual muy parecido al que tenía en aquella época.

Es lo que nos encontraremos cuando descendamos a él, que por cierto es algo decepcionantemente sencillo por más romanticismo que le queramos echar. No hay que responder a las tres preguntas de ningún guardián ni sortear la mirada de un par esfinges, sino ir a esta web y descargarse tan ricamente un software para acceder a la red de servidores TOR, la más usada para entrar al internet profundo. Responde a las siglas de The Onion Router y preserva el anonimato mediante el encriptamiento sucesivo de los datos, de modo que la IP de quien carga y descarga cosas a este lado de internet resulta no imposible, pero sí terriblemente complicados de rastrear. La gran seguridad que ofrece la Deep Web al internauta es precisamente lo que menos gusta en acreditados paraísos de libertades tales que China, por ejemplo, donde solo acceder a TOR constituye un delito. El lecho marino de internet era la vía que tenían muchos hackers para franquear el famoso Gran Cortafuegos que aísla la web china del resto del mundo, aunque hoy el Ministerio de Seguridad Pública del país lo ha conseguido también bloquear parcialmente.

Ahora bien, si lo que quiere es entrar específicamente en la web Silk Road la cosa se complica más, por desgracia para la minoría de delincuentes que lo hace y por fortuna para la inmensa mayoría de curiosones que solo quiere ver qué se cuece allí, además de metanfetamina. Visitar —y solo visitar— Silk Road no constituye un delito igual que no lo constituye pasar por una calle en la que se trapichea, por ejemplo. Pero este mercado negro no se visita sin más. Para entrar hay que conseguir un usuario y eso, además de complicado, confiere a uno un estatus legal en el país desde el que lo haga, donde seguramente esté prohibido comprar y vender buena parte del contrabando de Silk Road, empezando por la droga. Existen numerosas guías que explican cómo acceder con seguridad —donde «con seguridad» significa que sin que te pillen, lógicamente— y detallan las muchas precauciones que se deben tomar para evitar el rastreo, entre ellas recurrir a un servicio VPN —virtual private network— y almacenar todo en un emplazamiento físico distinto del propio ordenador, como por ejemplo una memoria flash. Esto también garantizará que nadie roba tus bitcoins, la moneda en curso en estas latitudes francas de la web. Es un riesgo remoto pero real, porque por aquí no campa precisamente la flor y nata de internet.

Oferta para todos los gustos

Pero lo dicho. Pongamos que es usted amante del riesgo y no teme buscarse tontamente la ruina entrando y comprando lo que Silk Road tiene que ofrecerle. ¿Qué puede adquirir allí por unos módicos bitcoins? Pues de todo un poco, mire, empezando por un surtido catálogo de drogas que van desde las más convencionales —heroína, cocaína, éxtasis o LSD— hasta las más exóticas, como el peyote o la burundanga y tóxicos en general, como fármacos ilegales y esteroides. Y si es aficionado al asunto además de consumidor, todo el merchandising imaginable en torno al tema de ponerse como Las Grecas, desde camisetas inocentonas con la hoja de la marihuana o la cara de Bob Marley hasta aparataje médico y de laboratorio para que haga sus propios pinitos de Breaking Bad, que a ver si se cree que las drogas se hacen solas. De las más de veinte subsecciones en que se divide Silk Road, las de Drugs, Drug Paraphernalia, Lab Supplies y Medical son con diferencia las que más productos ofertan y las que más trasiego acumulan.

La página principal de Silk Road en un pantallazo anónimo.
Pero hay más, no se crea. Están Art, Books, Collectibles, Fireworks, Jewelry y hasta —fíjese qué cuco— Home and Garden. Todas dedicadas a la venta de objetos presuntamente legales, todas abrumadoramente sospechosas de vehicular también el contrabando de objetos robados, o de lo contrario estaríamos comprándolos en El Corte Inglés. No son las secciones con más tráfico y ni siquiera la de compraventa de armas acumula un volumen de negocio reseñable comparada con los escaparates del narcotráfico, pero están ahí por algo. En una web donde el usuario no deja rastro informático de sus adquisiciones y la policía solo podría demostrar vagamente que figura apuntado como cliente, siempre puede decir que emprendió semejante epopeya cibernética para llegar a Silk Road y comprarse allí unas fastuosas sandalias Crocs como las de Frank de la jungla, que le han dicho que van muy bien. Por poner un ejemplo.

De hecho, lo que más se mueve en Silk Road después de las drogas son las falsificaciones a la carta o por encargo —de documentos de identidad como el carnet de conducir o el pasaporte, pero también fraudes a la seguridad social y los seguros y hasta servicios de negros literarios— y los servicios y bienes relacionados con la piratería informática, que cuentan con sección propia. En ella podemos encontrar desde contenidos pirateados, virus informáticos y otros softwares maliciosos hasta cuentas previamente hackeadas por todo internet y tutoriales de hágalo usted mismo, así sea colarse a lo Matrix en un servidor corporativo o trucar un cajero automático en plan banda criminal del Este. Y si no encontramos lo que buscamos hasta podemos contratar los servicios de piratas informáticos que hackeen la cuenta o perfil de quien queramos en Facebook, Twitter o su servidor de correo electrónico. Muy completo, en particular para locos, stalkers y acosadores de otras personas en general.

¿Y ya está? Porque también hay una sección llamada «XXX» en la que no parece que se vendan precisamente caramelos Sugus y habíamos quedado en que además se podía contactar con sicarios. Quién sabe. Aunque unos han publicado que Silk Road oferta semejantes burradas bajo cuerda otros han hecho lo propio asegurando que eso no son más que leyendas agitadas irresponsablemente por medios y webs sensacionalistas para ganar unos clics, y que el grueso de lo que se compra y vende en Silk Road son, sin más, drogas y falsificaciones. También se dice —y excusará el lector que no estemos en posición de constatarlo— que entre las condiciones que pone este zoco ilegal para ofertar algo en su escaparate online está la de que no dañe o pueda revertir en daño alguno para una tercera persona, lo que excluye el tráfico con seres humanos y la pornografía infantil. Las armas por lo visto no.

De profesión pirata, narcotraficante y anarcocapitalista

El FBI dice otra cosa, por supuesto. En particular desde que dio por fin con el legendario Dread Pirate Roberts, el creador, administrador y gran jerarca de la web. La persona que detentaba el título hasta el 3 de octubre de 2013 —porque es un cargo y se hereda de una a otra sin que nadie más conozca su identidad, como el nombre y la fama del pirata Roberts de La princesa prometida— era Ross William Ulbricht, un joven de veintinueve años detenido aquel día en la biblioteca pública de San Francisco. Está acusado, entre otros delitos, de encargar el asesinato de seis personas por setecientos treinta mil dólares, aunque nunca se llegaron a consumar.

De Ulbricht poco se sabe, al menos si no queremos fiarnos ciegamente de los detalles que se han publicado sobre su vida, y lo mejor en estos casos es no hacerlo. Que es físico e ingeniero especializado en células solares, que es autor de varios papers científicos sobre el asunto y que en su perfil de LinkedIn confiesa haber perdido el interés en la ciencia en 2008, consagrando entonces su vida al deseo de «usar la teoría económica como medio para abolir el uso de la coacción y la agresión» entre los seres humanos. Según el informe emitido por el FBI, Ulbricht era seguidor del Mises Institute, un potente think tank liberal estadounidense, y habría declarado ante los investigadores que la Escuela de Austria y el pensamiento del economista Ludwig von Mises y del anarcocapitalista Murray Rothbard habían sentado en él «los cimientos filosóficos» de Silk Road, una web a la que se incorporó, según él, pero que no creó.

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Ross Ulbricht en una fotografía familiar. Fotografía: www.freeross.org.
Una de las personas que intentó asesinar presuntamente habría sido Curtis Green, el empleado también detenido durante la operación en su casa de Salt Lake City, que habría supuesto una amenaza para el pirata Roberts por su condición de testigo. Otra era un tal FriendlyChemist, un habitual de la web que presuntamente habría conseguido las identidades de miles de usuarios de Silk Road y estaba chantajeando al administrador desde marzo para que pagase a cambio de no revelarlas. El pirata Roberts —que en sus e-mails, monitorizados por el FBI, se jactaba de haber conseguido encargar asesinatos por ochenta mil dólares— habría llegado a ofrecer cerca de ciento cincuenta mil dólares en bitcoins a un sicario para que acabase con su vida, aunque no se tratase de un servicio ofrecido por el portal. El FBI confirma que ni este ni ninguno de los otros presuntos asesinos a sueldo con los que habría contactado Ulbricht se anunciaban como tales, sino que eran simples usuarios del portal. Y que en la sección XXX tampoco se ofrecía pornografía ilegal, sino contenidos eróticos convencionales.

¿Son ciertas las acusaciones? Sí según el FBI, no según los acusados e involucrados y nosotros no lo sabemos, porque no estábamos allí. Y el nuevo pirata Roberts no se moja. «Bajo mi guardia, Silk Road nunca hará daño a ningún alma», anunció en Twitter en noviembre, cuando se supo que el mercado negro había vuelto a renacer de sus cenizas con un nuevo comandante. «Si lo hiciésemos, entonces no seríamos mejores que los matones de la calle». El nuevo caudillo de Silk Road concedió poco después una entrevista en la revista Ars Technica en la que aseguraba que la web que regenta «representa el derecho del individuo a hacer lo que quiera o no quiera hacer con su cuerpo» en un momento en el que «en muchos sentidos, el Estado ya no es el protector de la gente». Y cuando le comentaron que el anterior pirata Roberts habría encargado varios asesinatos «en el curso de sus negocios», el vigente ni confirmó ni desmintió alegando prudencia ante el proceso judicial inminente aunque, eso sí, se sumergió en una vaga reflexión sobre cometer o no cometer «errores humanos».

Mientras tanto, Ulbricht está a la espera de juicio junto a tres hombres acusados de colaborar directamente con él: Andrew Jones alias Inigo —aventuramos que por Íñigo Montoya—, Gary Davis alias Libertas y Peter Nash alias Samesamebutdifferent, Batman73, Symmetry y Anonymousasshit. Su familia ha organizado una plataforma, Free Ross, para llamar la atención sobre lo que califica sutilmente como conspiración y recaudar fondos para su defensa, que por cierto no le van a venir mal. Aunque el joven pirata Roberts acumuló una fortuna con las comisiones que apartaba de cualquier operación económica que tuviera lugar en Silk Road, le ha sido confiscada. Se han publicado cifras para todos los gustos. Ulbricht atesoraba en su ordenador una cartera de bitcoins que al cambio ascendería seguramente a decenas de millones de dólares. Ochenta según el cálculo más aventurado, en la forma de seiscientas mil bitcoins. Eso son el cinco por ciento de todas las que están en circulación.

La ruta de la seda ha vuelto a abrir, insistimos, y un nuevo Roberts se ha hecho cargo del barco y su cargamento. Lo hizo solo un mes después de que cayera el primero, única certeza que ha emergido a la realidad desde el mar de leyendas que rodea Silk Road. No seremos nosotros quien se lo recomiende pero, si quiere conocer la verdad, haría bien en no fiarse de nosotros, ya que a fin de cuentas nos podemos equivocar. Ahí tiene internet, las casas de cambio de bitcoins y su maña al ordenador para intentar la inmersión a pulmón hasta el fondo mismo de la web, que es un sitio la mar de entretenido. No es fácil pero al final de la epopeya espera el mismo que antes aunque le hayan detenido, porque a la vista está que es inmortal. Con su misma sonrisa inocente, su misma máscara negra y los mismos ojos de no haber roto un plato en la vida. Y, por descontado, su grandísima colección de chucherías ofrecidas a cambio solo de subirse al coche con el desconocido. Usted elige si le apetece viajar o no.

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